Difícil resulta descartar los prejuicios a la hora de leer a Campoamor, un poeta tanto más denostado cuanto menos olvidado. Vale la pena, sin embargo, apartarlos por un momento y acercar-se a sus versos con la inocencia del lector curioso al que nada le importan ni las teorías ni las historias de la literatura, sino solo el placer del texto. No tardaremos en dejarnos seducir por su encanto, acrecentado por su pátina vintage, de otra época, aquel sexenio revolucionario y aquella restauración, tan distante de la nuestra en las modas retóricas y tan parecida en lo esencial. Esta antología altera ligeramente el orden habitual en que se edita la obra poética de Campoamor, al comenzar por los textos más breves, de dos o cuatro versos («Humoradas« y «Cantares»), para seguir con las «Doloras» y terminar con los más extensos y narrativos, que él llamó, en aparente paradoja, «Pequeños poemas». Muchas sorpresas guarda Campoamor para quien se acerque a él sin prejuicios, para quien se atreva a disfrutar del placer de leerlo sin sentimientos de culpa por no hacer caso al veto que le puso la modernidad. Divierte hoy como ayer, instruye deleitando, como quería Horacio, y nos sigue sorprendiendo con sus paradojas: «en el mundo real, si bien se mira, / solamente es verdad lo que es mentira».
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